martes, julio 31, 2007

Fijando la referencia de "yo"

A pesar de haber dicho que este chuzo se cerraba -y quizá a causa de esa falta de follow-through en las decisiciones tan característica en mi-, opté por seguir escribiendo acá. El asunto es el siguiente:
El año pasado, en inmediaciones del cumpleaños de Eddy Aponte y Halloween, en medio del guayabo amoroso -y entre variados otros guayabos de distintas índoles-, "disfrazada" de banana en pijama o brócoli cubista -lo que mejor cuadre-, decidí seguir echándome canitas al aire e irme de rumba al Theatron. Como es bien sabido, la rumba Halloweenesca en aquel establecimiento es una de las más solicitadas en la ciudad y muestra de ello es el altísimo precio de las boletas de entrada -si no estoy mal, la reventa rondaba los 40,000 pesos- y las enormes cantidades de gente que a sus puertas aguardan la entrada. Salidos de los cerveceaderos de cercanías de la universidad, nos dispusimos a encontrarnos con algunos cófrades y ejercitar la noble actividad de danzar hasta reventar. Las filas larguísimas, amenizadas por los disfraces exhibidos por la concurrencia, derivaron en el consumo de no una, ni dos, sino tres botellas de aguardiente y su subsecuente estado de pseudo-conciencia para los bebedores. Llegada la hora de la entrada, ya en franco estado de ebriedad -y en medio de sendos improperios pronunciados por este pechito en español, inglés, alemán, japonés y dialectos propios del beodo-, el 'bouncer' solicitó la cédula, junto con la invitación, para garantizar el ingreso. Procedí a sacar ese plástico amarillo-holográfico adornado con una foto en rojo sobre rojo de mi persona, garantizando mi buena voluntad civil. En medio de la multitud, el pequeño trozo de petróleo transformado abandonó mi mano y fue a parar a un lugar desconocido hasta la fecha. En medio de la confusión, la única conclusión clara que quedó fue: "sin cédula no hay entrada". Entonces, sin plata, sin rumba, sin papeles, sin ánimos, me fui para mi casita a empezar la vida de indocumentada.
Al día siguiente fui a poner el denuncio, en uno de esos puesticos móviles que más que respeto inspiran hambre de döner, un papel absolutamente carente de valor real -puesto que no ingresan en ningún tipo de sistema el hecho de haber pasado a ser 'clandestina, sin papel'-, un ademán de certificado de pérdida, un remedo de garantía de mi inocencia si llega a darse el caso de que el nuevo portador de mi cédula decida empezar a desfalcar a diestra y siniestra. Ese mismo día, invadida por un optimista espíritu, me dirigí hacia la registraduría de usaquén, a sacar el duplicado de mi documento de identificación. Tras dos horas de hacer fila, la antipática dama tras el 'mostrador' me señaló silenciosa el letrero -en garamond 10, probablemente- que indicaba la necesidad de programar una cita para realizar el trámite. Dicho letrero daba un número telefónico y variados requisitos para llevar a cabo la reposición del mentirosísimo carné -según él, mido 1,65... cuando la realidad es mucho menos afable.
Pues bueno, jamás llamé. Jamás hice cita. Ando sin papeles desde octubre del año pasado. ¿Que cómo puede una sobrevivir sin cédula casi un año? Sencillo: a la entrada de cualquier bar, simplemente enuncie, tras la petición de la cédula, "tengo un denuncio, un carnet con número de cédula y foto, mi certificado de vacunación y 23 años". ¿Que si le piden en un trámite bancario identificación? : haga ojitos, empiece a sollozar -sinceramente- y prometa que no vuelve a pasar, proceda a mostrar su certificado de vacunación y salga agradeciendo mil y mil veces la colaboración prestada. ¿que su EPS requiere la certificación del Estado de que usted es quien dice ser?: ahí sí no sé; llevo más tiempo sin EPS que sin cédula.
Hoy, ya casi entrado el mes de Agosto, casi un año después de portar como único documento válido la constancia de que no tengo ni tétanos ni fiebre amarilla ni hepatitis, llamé a la registraduría a hacer cita. En medio de mis angustias pre-tesísticas, de la escritura de mi último ensayo final de la carrera y de chochentamil vueltas mandatorias por la ausencia de mi madre, mi hermano y alguien que saque del estado de cochahuecal en que se encuentra mi hogar, aguanté durante casi una hora el iterado tono de ocupado de la magna institución. Pude comunicarme, finalmente, para perder la llamada en el punto preciso en que se pedía definir la ubicación de la cita.
Dios sabe que tras 23 años de vivir en esta ciudad y dada mi reticencia a montar en transmilenio, yo debería tener, al menos, una vaga noción de cómo se llaman los barrios y localidades bogotanos. Sabía, eso sí, que por cuestiones de compromiso con Jules, la cita habría de ser en el Supercade de cerca a la Universidad. Eso sí, cuál sea ese, excedía mis conocimientos.
Internet no es tan útil ni tan milagroso como dicen. Una pequeña búsqueda resulta más confusa que una llamada cualquiera -pero, como he explicado varias veces, no volveré a caer en la mentira de la mal-llamada "línea de información"-. Averigüé, al fin, cómo se llamaba el Supercade que buscaba, y ahí estuve otra deliciosa hora oyendo la señal de no-disponibilidad del operador de la registraduría.
Por fin tengo cita. Tendré documentos. Seré una ciudadana -si bien de segundo nivel, todavía-, podré volver a bares sin dar demasiados detalles sobre mi historial clínico, podré conseguir empleo, graduarme -si es que algún día dejo de pendejiar en facebook y perder el tiempo en el blog-, salir del país, seguir jactándome de medir más de lo que mido, participar en rifas, juegos y espectáculos,demostrar que no tengo 12 años. Se siente un fresquito.

domingo, julio 01, 2007

como viene siendo moda.

me entraron ganas de cerrar el chuzo. harticas harticas. ya lleva esta joda cuatro años casi de haber sido abierto y ya no me place de a mucho escribir aquí. ahí dejaré los archivos, supongo.