De la solidaridad.
Si uno hace una lista de las razones por las cuales "estamos como estamos", además de tener que incluir varios de los horrores que la historia patria nos ha legado, tendríamos que apelar a un rasgo fundamental de la concepción de vida con la que nos han criado. Sin necesidad de hablar de la propensión a la corrupción y la descarada majadería de los dirigentes que nos han engañado durante años en periodo electorar, haciéndo gala de heroísmo y impecabilidad moral, para luego, una vez electos, hacer relucir su real talante; ni de lo proclive que es la gente a tragar entero dogma y teoría remojada y revaluada a manera de apología de la vagabundería y la pereza mental, parecería poder hablarse sin mayor tapujo de un asunto que la doctora Nydia Quintero ha tratado de solucionar desde hace ya varios años.
Estamos como estamos en parte por una falta enorme de solidaridad en Colombia. Doña Nydia lleva saliendo a las calles, convocando cuanto personaje esté en boga en el momento, para promover un mensaje alegre y esperanzador para el futuro del país. Entre las comparsas que inmovilizan las vías principales de las ciudades y el pegajoso jingle que año tras año infecta las cabezas del pueblo, se manifiesta una necesidad profundamente arraigada en quienes marchan, miran, o sintonizan el televisor. Hay que solidarizarse, hay que unir las voces y manifestar que somos un todo vibrante y electrizado, hay que gritar hasta agotar las fuerzas y así compensar por quienes no pueden hacerlo. Lo que ha quedado un poco confuso siempre es en torno a qué, exactamente, hay que solidarizarse. "Solidaridad por Colombia", en mi pequeñísima cabeza, ha pasado por distintas interpretaciones, ninguna del todo satisfactoria. "Por" como denotando el lugar a recorrer, me dejaba con algo similar a "Solidaridad a lo largo y ancho de Colombia". "Por", como causa, dejaba "Solidaridad porque Colombia lo necesita -o lo demanda-". "Por", como el objeto de la solidaridad, dejaba "Solidaridad hacia Colombia", pero lo indeterminado de "Colombia" me dejaba siempre perpleja. El punto es que, sin tener que entrar en recovecos lingüísticos, quizá sea adecuado decir que la falta de solidaridad se debe en parte a la falta de algo por lo cual solidarizarse. Ya me lo dijo alguna vez Aponte, no se puede tener actitudes intencionales 'en abstracto'.
Este último año ha sido muy movido en cuestiones de solidaridad. Nosecuántos millones -según las cifras siempre fluctuantes- se pusieron la camiseta blanca y se solidarizaron en contra de unos. Luego, un mes después, otros nosecuantos millones se solidarizaron quedandose juiciosos en la casa, para que no fuera alguien a pensar que la solidaridad con los muertos era también solidaridad con los asesinos -ay, la compleja aritmética del sentimiento común-. Poco después, la solidaridad llegó a las disqueras y distribuidoras, que se solidarizaron entre ellas, solidarizándose con esos que querían solidarizarse ante su falta de solidaridad para con los gobiernos implicados en un conflicto que mostraba la ausencia de solidaridad regional. Pero tanta marcha y arenga, tanto bailoteo en la frontera, tanta camiseta con eslógan no habría logrado nunca mostrar la voluntad de unidad que reflejó lo ocurrido hace un par de días en Manizales.
Me mueve hasta las lágrimas ver la manera en que 700 estudiantes, sin dudas ni prejuicios decidieron hacerse sentir, en la única manera que un país como éste les permitiría. Con pancartas preciosas hechas en cartulina de colores y témperas, sostenida por sus manecitas inocentes, de uñas cuidadas y pintadas con colores pastel, dejaron claro que se solidarizaban con la rectora del plantel, cuyas decisiones no perderían su validez a la luz de un decreto arbitrario e irracional -por no decir abiertamente inmoral- que una instancia tan poco legítima y creíble como una tutela amparada en la constitución pretendía revocar. Es una muestra implacable de la manera en que la acción comunitaria ha logrado penetrar en las fibras más profundas de nuestra sociedad, de que el mensaje que doña Nydia cada año promueve ha encontrado un lugar en el corazón de todos.
Y es que ¿por qué pensar siquiera en la posibilidad de que la posición contraria tuviera un mínimo de sentido? ¿para qué pensar en la constitución, para qué apelar a los derechos humanos, para qué considerar la posibilidad de no imponer la fuerza si es para lograr lo que todos queremos? ¿No es acaso la democracia ese lindísimo sistema en que todos jalamos para el mismo lado? ¿No es lo ideal demostrar que la ensordecedora voz de muchos -incluso sin saber qué se está diciendo- vale más que los murmullos de un par? ¿No somos "todos" el pedazo relevante de quienes somos iguales y podemos juntarnos a imponer a gritos lo que queremos? Al final del día, que esos que no pueden hablar se solidaricen entre ellos, que aquí estamos rico solidarizándonos entre nosotros. Que armen sus propios colegios, sus propias ciudades, sus propios países, que aquí no hay campo para la consideración de lo otro. Y así, no me cabe duda, es que dejaremos de estar como estamos. Y eso es lo que queremos, ¿no?
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