Dekirune.
En medio de trasteo de computadores y demás oficios inoficiosos a los que me dedico en esta recién adquirida vacación, he encontrado especial placer en retomar mis estudios de japonés. Lejos de darle más dinero a Ninfer-san o intentar en mi universidad o alguna otra, he descubierto, por fin, las maravillas que tiene internet para ofrecer. Sí, esas maravillas de las que tanto hablan pero nunca vemos.
Estudiar japonés es bastante divertido, si se ignoran los miles de Otaku con los que uno necesariamente se encuentra, personajes molestos principalmente por su poco interés en la lengua japonesa y desmesurado interés por pokemon y sus compinches. Es bastante divertido, si se ignoran los letreritos en post-its morados dejados en la puerta del instituto diciendo que la clase es al día siguiente porque el profesor tiene diarrea. Como todos los idiomas, el japonés tiene sus gallitos (sus complicaciones). El más notorio es el siguiente: es un idioma platónico, en el sentido en que no puede aprenderse, sin saberlo ya. Uno no puede leer de buenas a primeras un texto, así sea para niños y no únicamente porque el vocabulario sea desconocido, o muy técnico o muy rebuscado, no, uno, si no ha leído el texto antes, no lo puede leer por primera vez. ¿paradójico?, creo que si. El problema reside en que los kanji (esos garabatitos que parecen bichos estripados) no son como el amable hiragana o katakana, ni como las letras occidentales. A pesar de que sí tienen valor fonético, éste no es explícito. Los japoneses escriben de tal manera que no se sabe, a menos que se sepa, qué están diciendo; no se sabe leer lo que se pretende leer. Por eso, al estudiar japonés, es importantísimo dedicarle largo rato a estudiar kanji, cómo se dibujan, cómo se leen cuando están solitos, cómo se leen cuando están acompañados y cómo se leen en los casos excepcionales. Pasé horas y horas haciendo tablas, listas, escritos pendejos en los cuales usar los kanji, sin importar qué hiciera el resultado era el mismo: de los 600 kanji que se supone tendría que saber leer y escribir, me sé aproximadamente 2. Pero mi vida cambió. Llegó el pingüino.
El pingüino japonés, a pesar de no tener la colita al viento ni las medias al revés, zapatea alegremente siguiendo las flechas del teclado para unir los kanji, sus pronunciaciones y su significado. El jueguito, que sabrá Hirohito quién se inventó, consta de 16 niveles completos y uno incompleto de asociación de kanji. Para los más inexpertos hay también dos niveles preliminares, de hiragana y katakana. El ejercicio es bueno; aunque el vocabulario es bastante básico y probablemente sacado de los manuales de kanji de Mina no Nihongo, resulta muy útil a la hora de comprobar que no estabamos todos dormidos en clase de japoñol. Para la comunidad nipponparlante, o nipponparlante en proceso como yo, el jueguito mata tetris, buscaminas y solitario spider. Aguante pingüino!