martes, septiembre 19, 2006

Excuses, excuses.

Bueno, hace mucho tiempo -si se omite el post anterior- no escribía nada acá. En parte, porque a pesar de tener un par de cosas que comentar, he desperdiciado mi tiempo entre extrañar estar en ese otro lugar que tanto me gustó, recuperar algo de la costumbre de escribir ponencias -por cierto muy malas- y protocolos, jalarle al headbanging con entusiasmo y empezar a dañarme los dedos mediante la noble labor del grabado en linóleo. Durante un tiempo pensé en simplemente cerrar el blog... creo que el que me de pereza escribir es un buen signo de que algo no anda como debería con la cuestión bloggistica; sin embargo, creo que lo que haré es dejarlo abierto, a manera de casi foto-blog, poniendo un par de cositas que salen de estas manitas rechonchitas de cuando en vez.
Hoy, por ejemplo, tenía ganas de postear una cosa en la que he ocupado la mitad de mi día -dado que se confirmó que no tenía clase por la tarde y por vaga y mala persona no fui a clase de Aristóteles. Todo empezó hace ya un mes, cuando, aún estando en tierras germanas tuve que enfrentar la temida inscripción de materias via SIA. Dado que tendría que estar a punto de graduarme, pero como todo en mi vida, va uno mira y no, inscribí tres seminarios sobre ética y una electiva libre, a saber, "Grabado en linóleo".
Alguna vez en el colegio me había acercado a ese pedacito de plasticoide color piel con una cuchilla/cucharita filosa y había puesto en peligro de extinción los puntos extremos de mis manos. El procedimiento es relativamente sencillo: se hace un dibujo -o se copia, o se plagia, o se roba- y se transfiere sobre el linóleo -plasticoide color piel- para luego, con la cucharita filosa remover todo lo que no es dibujito. Claro, no es tan sencillo como parece y hay que atender a los avisos de los maestros -"eso se le lleva el dedo hasta el hueso!!!, dedos siempre detrás de la cuchilla!"-, si no se quiere tener que renunciar a la idea de algún día sacarse un moco con un dedo distinto del pulgar del pie izquierdo. Entre los múltiples problemas que presenta, la falta de pulso -tan notoria en mi-, puede ser el peor. Después de horas y horas de jalarle a la perforada, un movimiento en falso hace que lo que en principio parecía un autorretrato se asemeje a aquel delantero de la selección francesa marcado por la tragedia automovilística. Una vez se tiene algo similar a un dibujo, pero en relieve, se procede a imprimir. Hay muchas maneras de hacerlo -y no, no sólo mal y bien-, entre las cuales está echarle óleo con el dedito y espichar sobre un papel, ponerle tinta tipográfica con un rodillito y homogéneamente hacer presión ya no sobre el plasticoide, sino sobre el papel y la que cautivó mi atención toda la tarde: echar crayola como bestia descontrolada, ponerle un papel encima y con el auxilio de nuestra amiga la plancha -con cuidado de no poner a funcionar el roceador- derretir la crayolita hasta que se pegue a la superficie del papel. Quizá caiga en el esquema machista de la afinidad femenina por la acción de planchar, pero el placer que produce ver la grasita de la crayola volviendo transparentoso al papel me hace querer planchar todos los días, todos mis trabajos, todos mis dibujos.

domingo, septiembre 17, 2006

steve irwin


Hace rato no posteo. Pero, tenía este dibujito, un pequeño tributo a quien durante mucho tiempo animó mis mañanas de domingo.