viernes, junio 08, 2007

I've gone soft, and girly.

Hace aproximadamente un año escribí un post sobre cómo había abandonado mis principios morales en Alemania. En aquella ocasión, relataba cómo, después de años y años de renegar de cuanta crema, mascarilla exfoliante, shampoo con atributos especiales y jabones gomelos de ducha, gasté buena parte de mi limitadísimo poder de adquisición en tales pendejadas. Comenté también cómo entré al reino oscuro de la faldita y el vestido, del bikini, de la playa, la brisa, el mar -y la insolación voluntaria. No confesé, eso sí, que además de todo eso leía revistas de chismes de famosos y consideraba la posibilidad de peinarme más de una vez al día. Si algo me enseñó mi experiencia en el exterior es que, a pesar de la enorme cantidad de evidencia que indica lo contrario, soy una niña.
Ya cumplidos sendos meses de mi regreso, noto que las malas mañas no se han ido. Es más, se han incrementado. Ahora me corto el pelo regularmente, me pinté las puntas de rojo, me echo jodas para que las coloreadas puntas no se resequen, me lavo la cara -por dios, me lavo la cara dos veces al día!- me echo crema y protector solar, uso aretas y collarcitos, compro ropa deliberadamente hecha para señoritas, lloro con las propagandas de pañales y las películas de Disney y, lo que es peor, le he tomado gusto al baile. Eso sí, los viejos hábitos no mueren; todavía veo futbol tomando cerveza, hablo como un chirri de la peor comuna de medellín, uso los mismos tenis todos los días del año -y los mismos pantalones hasta que se quedan parados por su cuenta-, me corto las uñas con cortauñas tan chiquitas como es posible -sin pensar siquiera en la posibilidad de apelar a la odiosa lima-, no me baño si no salgo de mi casa -y a veces tampoco cuando salgo...-, hablo con la boca llena, volteo a mirar cada vez que pasa un carro bacano, me meto a cuanto pogo inicia Camilo Ordoñez y prefiero los cerveceaderos sórdidos a los lugares chic de la 93.
Hoy, sin embargo, he llegado al colmo del descaro. Por primera vez en mi vida me pinté las uñas. Son rojas, muy rojas. Terrible. No sé ni quién soy. Alguien debería pararme en esta exploración de mi lado femenino. De no hacerlo, terminaré poniéndome hebillas en el pelo, comprando ropa rosada y pidiendo daikirís en lugar de whiskey. Iré a medirme ropa en las boutiques y pagaré semanalmente por manicuras, usaré zapaticos con tacón y medias que combinen con la pinta -es más, usaré medias que combinen entre ellas. I'm afraid, very afraid.