sábado, agosto 18, 2007

No-me-crea-tan-hijueputa!

El mundo, oficialmente, está en contra de que yo sea un ciudadano legalmente reconocido por el Estado colombiano. Es que ni Edipo -bulto de sal oficial del mundo- tenía tanto al cosmos en su contra como yo demostré tenerlo ayer. Puerca vida, anoche, en el reventón cumpleañero de Jules, estrenando mi recién adquirida contraseña, perdí mi coscorroguachitrascanutogonococopercantopirucapercusiomaricorrea billetera. Ahora, ni cédula, ni carnet con foto y número de cédula, ni certificado de vacunación, ni denuncio, ni nada.
Metí la billetera en la maleta, la maleta en una bolsa, la bolsa en el ropero, saqué la maleta de la bolsa del ropero, me metí en un taxi, llegué a mi casa, busqué las llaves de la casa, que estaban dentro de la billetera, que estaba dentro de la maleta, que estuvo dentro del ropero de Escobar, que no salió de ahí más que cuando me fui y no encontré nada. nada. zip. cero. null. nix. Me senté como la pobre imbécil que soy en las escaleras de mi casa, chupando frío y echando chispas de la ira por mi infinita estupidez, mala suerte y generalizada falta de todo hasta las mil de la noche. Llamé a todo el mundo a preguntar, llamé a Escobar a ver si se había quedado en la puerca bolsa, llamé a la empresa de taxis a averiguar. Nada, joder, nada. Granjijuemichichamputetrasoperromba vida la mia.
Una cosa queda clara: Mis documentos y los cumpleaños son mutuamente excluyentes. Por favor, a menos que vaya a celebrar su cumpleaños en su casa, con ponqué comido con cuchara plástica y acompañado de gelatina, no me invite. O invíteme, pero por favor guarde mis cosas por mi, ya demostré una total incapacidad para hacerme cargo de algo tan pequeño como mi propio ser.

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martes, agosto 14, 2007

¿no que esto se iba a cerrar?


Bueno, si. De hecho se iba a cerrar. Pero éste es el asunto. Si ponen cuidado, la regularidad de los posts ha dependido siempre de la cantidad de trabajo académico que no debería estar desatendiendo por andar escribiendo en el blog. Ya desde muy temprano -alguna de las máximas- se evidenciaba el interés 'procrastinatorio' del asunto, así que qué mejor respuesta a la exigencia de la Universidad, de la comunidad académica, de la sociedad, de mi familia y del manual de urbanidad de Carreño -di tu, la escritura de la tesis- que pasar horas y horas pendejiando con el blog.
Mi vida, últimamente, se compone de múltiples fuentes de estrés -aunque debo admitir que se vienen reduciendo-, que procuro atenuar mediante el noble oficio del café vespertino, el facebookeo compulsivo -quepa decir, muy invitados están a unirse a aso-arrunchis-, la lectura de Pamuk, el daydreameo sin par y sendas duchas al día. La manera en que el estrés se disuelve entre las miles de excusas para no hacer las cosas mismas que causan el estado de angustia es digna de consideración. Uno pensaría que lo más sensato sería simplemente hacer lo que uno tiene que hacer, en el momento que tiene que hacerlo, para liberarse por fin de esa tensión muscular entre la nalga derecha y la cintura, pero es claro que a pesar de todo, el mejor curso de acción, como lo dice dolex gripa, es atacar los síntomas y no la causa. ¿Quién quita que mientras yo cafetee, facebokee, abra doscientas veces al día la página de El Tiempo y me duche, la tesis se escriba atuomáticamente?
Por otro lado, mi cámara, que tiene serios problemas de incontinencia obturatoria, ha acompañado mis tardes cafeteras, dejando como resultado estas bellas imágenes.

Los aquí fotografiados habrían de estar ocupando su tiempo en cosas más productivas... dos tesistas y una estudiante de dos programas académicos simultáneos... pero café con carantoña es café con carantoña y lo del aprendizaje, la academia, la fotogenia y la moral pueden esperar. O eso esperamos.

jueves, agosto 09, 2007

The End of an Era

Sí. La vida es injusta. Todos los días se pierden oportunidades que lograrían hacer de cada uno de nosotros nuevos redentores de esta humanidad agobiada y doliente. Cada minuto, un sub-empleado de algun imperio de comidas rápidas desecha kilos y kilos de comida, alguna pareja de enamorados pelea para nunca más reconciliarse, alguien rompe una promesa y deja en la calle a su mejor amigo, alguien decide que apoyará una nueva reelección de su candidato de ultraderecha de preferencia, un joven estudiante olvida en qué consiste el trinomio cuadrado perfecto y desecha un futuro brillante en las ciencias, a alguien se le quema el primer huevo doble-yema que ha encontrado en su vida, un banano pecoso se pudre en el estante del mercado, una madre bota a la caneca el par de zapatos preferido de su hija; la vida está llena de desazones. Y es que el mundo no se cansa de mostrarnos que todo es demasiado frágil, que eso en lo que cimentamos nuestra felicidad es tan sólo parte de la inevitable entropía, de la siempre creciente tendencia hacia la descomposición de lo que conocemos.
Yo he tenido momentos felices, grandes momentos de inspiración, grandes pérdidas de aliento por un par de ojos que no me canso de mirar, uno que otro logro académico, un reconocimiento a mi esfuerzo, un par de zapatos amado, tantos tantos huevos doble yema, duchas largas con champú gomelo, diez mil pesos encontrados en el piso de la cigarrería de la esquina. Pero he tenido grandes penas: mi selección lleva dos mundiales sin participar, mis dos hamsters se escaparon de la jaula y no volvieron, mis zapatos anaranjados se perforaron de tanto caminar, saqué 3,9 en el curso de Timeo, se me perdió mi llavero de Perú, compré un litro de Kumis pensando que era suero costeño y descubrí que latte maciatto es café con leche, no con chocolate.
Pero de todas las ilusiones destrozadas en mi vida, nada, NADA, se compara a lo que a continuación narraré.
Desde que tengo memoria he pasado mis fines de semana, como buen bogotano clase media con ínfulas de oligarca, paseando por los corredores de los centros comerciales de mi ciudad. El centro andino nunca me gustó, al principio me hacían casting, por lo cual decidí nunca más volver. Bulevar dejó de ser atractivo cuando dejé de ser suficientemente pequeña para montar en la micro rueda de chicago. Atlantis me pareció muy corroncho muy caro, sólo lo visito los martes de ultra-pobre. Pero Unicentro. Ese sí que conquistó mi corazón. No por los cines, no por las tiendas, no por el combo Librería Nacional-Panamericana-Perro del ley. No por los shows de juegos pirotécnicos en halloween, navidad, 20 de julio y demás. No. Unicentro me cautivó por un sólo motivo.
El más hermoso tirolés sobre el que he posado mis ojos daba la bienvenida por la entrada 6 con un hermoso traje amarillo y rojo, un sensual bigote y un cartel anunciando las promociones del día. Paradigma de la virilidad bayeresa, del porte del germano-italo-austriaco, muestra infalible del carísma del yodel, del atractivo de los coterráneos de Heidi. Mis entradas al centro comercial eran amenizadas por el profundo cariño que me despertaba tan agraciado maniquín, mis noches se iluminaban con su recuerdo, mis días se completaban con su existencia. Pero hoy, yendo tras unos meses de ausencia a visitar a tan magna institución, descubrí con dolor que Arflina cerró sus puertas al público y se llevó consigo a mi amado tirolés. Mi corazón llora, mis ilusiones destrozadas por las reglas del capital difícilmente serán reparadas, los pocos recuerdos de mi estadía en Süddeutschland se desvanecerán lentamente. Ha llegado el fin de una era.